sábado, 4 de julio de 2015

Marilina Bertoldi

Ph: Nacho Cúneo

La cantautora santafesina, Marilina Bertoldi, se presentó ayer por la noche en la sala Melany del Centro de Arte RadioCity + Roxy + Melany de Mar del Plata en el marco de su Set Solo.

Con la mitad de las butacas ocupadas y un escenario íntimo, con tres guitarras dispuestas, el público esperaba la salida de la protagonista. La finalidad era repasar canciones de la ya extinta Connor Questa, de la cual Bertoldi era líder, y de sus dos álbumes solistas realizados hasta la fecha.

Ni bien saltó a escena, se supo que la intérprete iba a llevar la música a una faceta primitiva: ella sola con su guitarra y un controlador de loops. Con sus palmas grabó ritmos, a modo de percusión, creando secuencias que se repitieron a lo largo de las canciones. Sobre ellas dibujó melodías con su guitarra eléctrica modelo SG o su Fender acústica. Todo de base para dar protagonismo a su mayor y mejor instrumento: su voz.

Bertoldi es multifacética. Puede cantar piezas simples, al mejor estilo pop, pero enseguida saltar a líneas rabiosas y transformarse en una cantante de grunge, o pasar a unos agudos dignos de soprano. Sus pies van de aquí para allá, apretando y experimentando con los switches de cada pedal de efecto. Fácil hay diez de ellos ahí abajo. Una one woman band (una mujer banda) con todas las letras.

Se dio el lujo de tocar algún cover, pero el más impresionante fue Feeling Good de Muse, donde se pudo ver todo su potencial como cantora. Una cantora genio. A mitad del show invitó al escenario a Luciano Farelli, guitarrista e integrante de Parteplaneta, quien además produjo el último disco de Marilina, La presencia de las personas que se van. Tocaron en conjunto dos canciones que, como anticipó ahí mismo, pertenecen a un nuevo proyecto que integrarán ellos dos junto con otros músicos.

En su primera visita a la ciudad como solista, la Melany fue el lugar perfecto. La interacción con los espectadores fue divertida, lo que hizo amena la ocasión para que se sitúe sola sobre un escenario, en donde no le tembló nunca el pulso para cantar, gritar y bailar. El sonido simple cumplió su cometido y fue correcto. Incluso se permitió tocar la última canción con su acústica desenchufada, sólo amplificada por el poder de su caja. La cara angelical ofreció momentos de máxima sensibilidad y delicadeza y otros más rockeros, los dos a la misma altura en el orden cualitativo.

¿Lo malo? La duración: escasos 50 minutos. Media pila.

No hay comentarios:

Publicar un comentario